Por José Cruz Delgado.
Morelia Michoacán a 5 de julio de 2017.-El mentecato Alfredo Castillo Cervantes llegó a tierras michoacanas con la solución adecuada, el remedio que él juzgaba infalible: el libro del entrenador del equipo de fútbol de Barcelona, Pep Guardiola. Las claves del éxito para trabajar en equipo y ser triunfadores. Sobra decir que provocó y mandó armar la peor masacre que se recuerde en Apatzingán, beneficiándose con grandes cantidades de dinero.
El periodista Francisco Rodríguez, señala que decenas de civiles muertos, carteles protegidos, criminalidad en bonanza, desprestigio del Estado en sus tres niveles, horror y sangre, fue la huella que dejó a su paso por Michoacán y fue premiada por Peña Nieto al designar al asesino jefe de la delegación olímpica mexicana, zar de todos los deportes. Episodio ñoño de la tragedia nacional.
Los tres niveles de la Judicatura nacional, obedeciendo las instrucciones de Castillejos Cervantes, primo del delincuente, exoneraron al malhechor, incriminaron a todos los consejos de autodefensas acusándolos de inquina delincuencial, liberaron a los responsables, y encerraron al doctor Mireles tres años de una manera feroz y despiadada, al margen de cualquier garantía constitucional.
Convirtieron a Mireles en un preso político, igual que a todos los ilustrados anti-atracomulcas, e igual que en los procesos armados contra todos ellos, nunca pudieron fundamentar una averiguación, menos un caso serio de procedencia penal. Eran presos por berrinche. Los prisioneros del caprichato. Orgullosos ciudadanos, que han merecido la honra y el reconocimiento de los mexicanos bien nacidos.
Se les ocurrió a los ñoños de la tolucopachucracia acusar a Mireles de portar armas de uso exclusivo del Ejército, cuando lo que tenía en la mano, al momento de ser ilegalmente arrestado, era un muslo de pollo que estaba comiendo. ¡Hágame usted el refabrón cavor! A todos los demás, enemigos jurados del peñanietismo les han endilgado la trinidad penal que conocen: lavado, complicidad con la delincuencia, fraude fiscal. No han podido procesar ni a un paletero, ni a un revendedor de boletos para el fut de los domingos.
En principio, la Secretaría de Gobernación y la Sedena lo cobijaron como avanzada para combatir a Templarios y a Familia Michoacana, objetivo que en buena parte fue desahogado. El colmo de la historia fue cuando a Peñita se le ocurrió concederle plenos poderes a un mentecato, habilitándolo como Virrey de Michoacán.
Alfredo Castillo Cervantes, primo hermano de Humberto Castillejos Cervantes, sedicente abogado, entonces todavía consejero Jurídico de la Presidencia, recomendó a su primo para ir a tranquilizar la Tierra Caliente de los purépechas. Uno de los errores más graves de este aciago episodio de la pesadilla mexicana.
El acuerdo universal básico para confiarle al Estado la seguridad de los ciudadanos, es que cada uno ceda parte de su libertad y se someta al arbitrio de la autoridad. El concepto, de origen jónico, tuvo su expresión más acabada en el teórico del absolutismo, Thomas Hobbes, que caracterizó al Leviatán, el monstruo justiciero por excelencia.
A partir de esa concesión ciudadana, asumida por todas las legislaciones posteriores y manifiestos de derechos del hombre, el bien supremo no sería ya la virtud, la felicidad o el placer del hombre, sino la fuerza y el poder del Estado. Así lo dijo Nicolás Maquiavelo en su Discurso Moral, dedicado a Lorenzo de Médicis, su verdugo.
Todo, para vivir en libertad. Así se reivindicaron las potestades del Estado moderno como articulador de las necesidades de los hombres. El gran preso político del fascismo, Antonio Gramsci, añadió: “lo que legítima al poder es el Estado de Derecho, que limita los actos imperativos, que protege a la sociedad de los abusos”.
Fue la motivación del médico cirujano José Manuel Mireles, cuando se dio a la tarea de encabezar la participación civil en la lucha contra el crimen organizado en Michoacán. Se enfrentó a Zetas, Familia Michoacana, Caballeros Templarios, una sucesión de membretes que, en el fondo, gozaban del aval del gobiernito.
Decía Mireles que, en principio, todos los grupos de narcos llegaban a informar a la población que su objetivo era hacer negocios con los otros narcotraficantes. Más tarde, los mismos se cambiaban de bando y empezaban a cobrar cuotas, derechos de piso, “derechos por vivir” a la gente del pueblo.
“Cuando entraba personal militar y federal, relataba Mireles, nunca los encontraban, pero nosotros veíamos cómo se sentaban a comer en la misma mesa. Los tres niveles de gobierno eran parte de la nómina de los carteles. La gente se acostumbró a trasladar las cuotas al precio de sus productos finales”, hasta ahí más o menos.
El problema grave inició con el rapto de mujeres y niñas, lo cual fue el detonante para la organización comunitaria en la formación del Consejo de Autodefensas. Vigilar “que no vuelvan a invadir nuestra tierra, nuestra propiedad y nuestra familia”, dijo.
Mireles y su gente detuvieron a decenas de maleantes. Les decomisaron armas y vehículos, mismos que fueron entregados al Ejército, que a su vez los entregó al Ministerio Público de Apatzingán. A las doce de la noche, todos estaban libres otra vez, pertrechados con sus pertenencias. El Consejo emplazó al Estado a asumir su responsabilidad constitucional de proteger a la población. La respuesta fue de ñoños ¡marca Acme!
Después de un pesado proceso jurídico a cargo de su defensa, salió libre bajo fianza, conminado a no poder abandonar el territorio michoacano, como cualquier delincuente de alta peligrosidad, a pesar de que nunca nadie supo de qué fue realmente acusado. Pudo salir del territorio cuando las afecciones que desarrolló en el sistema circulatorio se agudizaron dentro de la cárcel y lo tuvieron que trasladar al Altiplano.
Unos días después de abandonar la prisión, el médico cirujano orillado por la injusticia a encabezar el movimiento de autodefensa ciudadana, hizo declaraciones que retratan de cuerpo entero la orfandad ciudadana ante la vileza de autoridades y narcotraficantes que no han conocido límites para la extorsión, la burla de los derechos y la hipocresía.
“Pisé el callo del crimen organizado. Pisé el callo del gobierno federal. Por desgracia, los dos callos son de la misma persona”, acaba de declarar Mireles, que de eso ya sabe un largo rato. “No tenemos patria, mientras no tengamos gobierno”, también expresó.
“Yo no soy revolucionario. Soy un médico cirujano. Soy humanista”
“Nosotros escogimos cómo queríamos morir, y decidimos morir luchando. Porque hay un principio que me inspiró para este movimiento social: cuando el Derecho se contraviene con la justicia, la justicia debe prevalecer. No importa que ésta salga de las manos del mismo pueblo”.
Porque lo mismo que le pasa a Michoacán, dice el doctor Mireles, le pasa a todos los estados de la República, pero nunca volteamos a nuestro alrededor, y creemos ser los únicos que tenemos el problema de la delincuencia organizada y la complicidad de los tres niveles de gobierno. Desastroso. Nauseabundo.
“Yo no soy revolucionario. Soy un médico cirujano. Soy humanista. No pienso volver a mis trincheras, porque todas están muy balaceadas, por los buenos y por los malos.” Cuando me detuvieron, le dije a Peña Nieto que si mi sacrificio iba a servir para lograr la paz en Michoacán, lo felicitaría una vez libre.
Su error más grave, haber confiado en la palabra del gobierno federal.
A pregunta expresa del entrevistador del rotativo madrileño El País, Mireles no dudó en contestar: el error más grande de mi vida fue haber confiado en la palabra del gobierno federal. Al que sólo le pedimos tres cosas, seguridad, impartición de justicia y restablecimiento del Estado de Derecho. Como pedirle peras al olmo, o esperar que a una rana le salgan pelos.
El acuerdo universal sobre la seguridad, establecido hace 500 años, ha sido arrastrado en México, por una pandilla de rateros indeseables.
¿Usted qué haría?, pregunta desde Los Pinos el responsable que tiene el alma podrida