Por Hugo Rangel Vargas
Morelia Michoacán a 30 de septiembre de 2021.- De 2012 a 2014, Michoacán vivió una etapa fúnebre, nefasta, oscura y pérdida de su historia. Los escándalos políticos, que eran el festín del rating de medios nacionales que exhibían videos de criminales cobrando favores o entrevistándose con integrantes de la clase gobernante; se agolparon como avalancha, haciendo que la sociedad michoacana extraviara su capacidad de asombro.
El estado, en aquellos años, tuvo varios gobernadores: tres reconocidos legalmente, mismos que fueron puestos, impuestos y retirados a contentillo del poder fáctico del crimen organizado y del poder central de la federación; un gobernador más que, con la venia del presidente Peña Nieto, usaba la guillotina de la persecución judicial a quien se oponía a sus designios, usufructuando la débil moral de los políticos michoacanos; y otro más, que gobernaba desde la tierra caliente asolando regiones enteras bajo el solo imperio de la violencia.
Debilitadas las instituciones en el estado, con un priismo que tuvo su verdugo en sus correligionarios avecindados en Los Pinos y sin figuras que le representaran una oposición clara; Silvano Aureoles llegó a una campaña por el solio de Ocampo con una victoria prefabricada en el calor de los acuerdos palaciegos del Pacto por México. “Un nuevo comienzo” fue el slogan que articuló una narrativa que ofrecía dejar atrás ese episodio negro del desgobierno priista. Nada más promisorio, pero también, nada más decepcionante seis años más tarde.
Veintidós meses después de haber tomado protesta como gobernador, Silvano Aureoles declaraba que buscaría la presidencia de la república. Su destape, según lo diría su ex contendiente Luisa María Calderón, era parte de los acuerdos que le llevaron al gobierno de la entidad y que tenía que cumplir con Miguel Ángel Osorio Chong para debilitar electoralmente a Andrés Manuel López Obrador. Sus reiterados lances a la arena política nacional no hacían sino debilitar la ya de por si dañada estabilidad política de Michoacán.
Silvano, el gobernador michoacano que se va, deja como legado una estela de frivolidades, de imposturas, de decepciones y de traiciones; la primera de ellas y quizá la mas costosa, es la que ha hecho a la confianza de la ciudadanía hacia las instituciones. 85 por ciento de los michoacanos consideran que los actos de corrupción son frecuentes en el gobierno estatal y solo uno de cada cuatro michoacanos confía en este nivel de gobierno.
Las cuentas no aclaradas de recursos públicos, el derroche de estos en onerosos aparatos de servicio personal, el incumplimiento permanente de compromisos económicos con empresas, maestros, policías y trabajadores del estado; son vejaciones que se cometieron en contra de una sociedad que esperaba lealtad a su confianza. Empero, estas no se comparan con lo doloroso que ha sido para miles de familias el llorar a sus muertos en el sexenio más sangriento de la historia de Michoacán.
Silvano, el gobernador que simula dejar su corazón; ha escrito, sin embargo, una lección imborrable para el futuro de la entidad. De ella está obligado a aprender el gobernador Ramírez Bedolla, quien llega al solio de Ocampo con una cifra récord de votos a su favor. La esperanza que ello despierta y la responsabilidad que representa, deben significar una invitación para desterrar el gatopardismo y abrir al servicio público al oxígeno de la ética y la probidad.