Pleito perdido
Por Ser. López.
Ciudad de México a 21 de febrero 2019.-Tía Lola no era mal intencionada, pero toda la familia materno-toluqueña, le sacaba la vuelta: metía la pata de un hilo.
No era como tía Victoria, que no abría el pico si no te metías con alguna de la familia, pero al que apenas insinuaba un chisme, le decía sus verdades sin piedad y como tenía una memoria increíble y era muy sabido que jamás inventaba nada, hubo quien se cambió de ciudad después de una tanda de franquezas de ella.
Muy diferente la tía Lola, ella nomás metía la pata, pero tan cándidamente que ni siquiera se la podía tachar de indiscreta, nomás era tonta.
El Presidente de la república será lo que usted quiera pero tonto, no.
Se equivocan los que coleccionan contradicciones, precipitaciones o errores de nuestro Titular del Poder Ejecutivo. Ni mete la pata ni se le suelta la lengua.
Él sabe qué quiere y está realmente convencido de que su proyecto de nación aun si no fuera el mejor para la patria, sí le asegura un destacado sitio en nuestra historia.
En eso no se equivoca. Ya el tiempo dirá si por buenas o malas razones, que San Francisco de Asís y Hitler, están los dos en la historia, igual que Teresa de Calcuta y Lucrecia Borgia.
También sabe nuestro Presidente que tiene asegurada la mayoritaria aprobación de sus dichos y hechos, dada la enorme indignación, la gigantesca afrenta de masas de humillados y ofendidos, que durante toda una generación han visto crecer sin pudor ni decoro, la riqueza y la impunidad de unos cuantos, indiferentes a las condiciones de casi milagrosa sobrevivencia de tantos y tantos.
Los críticos y asustados con el apenas iniciado gobierno federal, no forman parte de los 54 millones de mexicanos en pobreza, cifra a la que habría que sumar no pocos de los pertenecientes a la clase media urbana que disimula como mejor puede su cada vez más precaria condición.
Ahí está la cantera de fe en Andrés Manuel López Obrador; no piense usted que se trata de una cuestión ideológica, de convicciones políticas, no, la masa, la multitud, la palabra que prefiera -chusma incluida, por si es usted fifí-, funciona con un extraño mecanismo que se ha intentado explicar pero no se sabe a ciencia cierta a qué atribuir el fenómeno colectivo que lleva a pueblos enteros a seguir a alguien, a creer con esperanza invencible en una persona.
Piense cómo de repente, como por ensalmo, un nuevo Papa (Francisco), se transforma en el delirio de la gente; igual que al morir un monstruo como Stalin, tuvo cinco millones de soviéticos desfilando inconsolables frente a su catafalco (10 kilómetros de fila); que alguien nos explique: hoy ya públicos los inconcebibles crímenes de Stalin, el 24% de los rusos considera que su muerte fue una terrible pérdida; todavía.
Y en el caso de nuestro Presidente, preocúpese: muchos de sus muy entusiastas seguidores ni siquiera esperan que cumpla todas sus promesas y los saque de la miseria, por bien servidos se dan con la revancha, pura y simple.
“Hartitud”, debería de estar en el diccionario como sustantivo femenino para referirse al hartazgo y la desesperanza masivas.
Peeero… (¡ay, irredimible López!, tenías que salir con un “pero”)… pero, todo eso funciona solamente en lo doméstico, en lo interno y nos guste o no, en los tiempos que corren los países están “globalizados”, abiertos e interconectados. Ni China, esa gran vieja sabia un tanto obesa, que tiene “pasado”, que se las sabe todas y está de vuelta de toda aventura, pudo mantenerse púdicamente cerrada.
México, nunca, desde su independencia ha sido ajeno a la influencia del vecinito con que el Creador nos obsequió, y hoy estamos enredados en mayor o menor medida con medio mundo.
Nomás recuerde que la crisis del 94, el “error de diciembre”, se propagó por el mundo causando una crisis financiera, el “Efecto Tequila”, que nos puso a bailar en la boca de todos.
Nuestro Presidente por supuesto tiene razón, al menos en parte (o toda la razón, por si es usted chairo), cuando dice que las organizaciones de la sociedad civil (ONGs) y los órganos autónomos del país, no son puros y que algunos hay que son parapetos de intereses con intenciones y propósitos no muy presentables.
Por supuesto. Pero al abrir ese frente de batalla, bien sabe el Presidente a quién le pisa los callos.
Lo ha dicho muy a las claras: “Le tengo mucha desconfianza a todo lo que llaman sociedad civil o iniciativas independientes.
El problema es que han simulado demasiado con lo de la sociedad civil (…) te voy a poner un ejemplo: la transparencia que tú citaste, un parapeto en el mejor de los casos supuestamente promovido por la sociedad civil independiente, ¿en qué terminó?: el Instituto de la Transparencia que nos cuesta mil millones de pesos (…)
La sociedad civil que antes era pueblo nada más que ahora ya se apropiaron de la sociedad civil yo no conozco gente de la sociedad civil de veras muy pocos de izquierda con todo respeto todo lo que es sociedad civil tiene que ver con el conservadurismo hasta los grandes consorcios promueven a la sociedad civil es una bandera la sociedad civil” (cita tomada de “Duda razonable”; Carlos Puig; Milenio, 20 de febrero de 2019).
“Mucha desconfianza a todo lo que llaman sociedad civil (…) simulación (…) conservadurismo (…)”; pues con la novedad de que eso es decirle a Pedro para que lo oiga Juan, mejor dicho el tío Sam, los EUA, cuyo gobierno organizó y financia muchas de las más rumbosas organizaciones civiles, bien metidas en México.
Él sabrá la razón por la que aparte de todos los frentes que ya tiene abiertos, que lo han llevado a recibir el honor de ser considerado por la revista Time como uno de los 10 principales riesgos geopolíticos del año 2019 (edición digital 7 de enero, nota de Ian Bremmer), ahora le canta la bronca a organizaciones que, dicho por él, tienen que ver con grandes consorcios… y esos, corazón, no tienen.
Dentro de nuestro territorio, Andrés Manuel López Obrador es invulnerable. Fuera del país, ante el inmenso poder del gran capital global… es pleito perdido.